La Cabeza del Bautista - Una ración de fantasías

 UNA RACIÓN DE FANTASÍAS

Ya hemos dicho en esta sección que el neobarroco menudito sevillano ha dado ya todo lo que
podía de sí, que Málaga tiene mucho en lo que mirarse y que copiar miméticamente, sea de
donde sea, es incluso deshonesto.


Aunque muchas personas, por inercia, digan que la Semana Santa es una fiesta barroca, y su
origen como fiesta teatral, donde se transfigura la ciudad, es barroco, la configuración que
tiene hoy en día viene de principios del siglo XX, y en el caso de Málaga con el paréntesis y
revolución que supuso la destrucción de 1931 y la Guerra Civil. Si nos vamos, precisamente, a
ese siglo XIX que sentó la bases de la actual Semana Santa, ¿cuál era el estilo? Lo que
llamamos eclecticismo: un estilo basado en hallar la originalidad a partir de los lenguajes
artísticos de los siglos precedentes.


¿Y qué tenemos ahora? Excepción hecha de la línea austera de Prini y del neogótico de la
Virgen de Gracia, sólo un tipo de (neo)barroco. Aparte de los ejemplos que nos han dejado de
Adrián Risueño, Cabello Requena, Pérez Hidalgo (de este ya ninguno, por desgracia) o sus
recreaciones por medio de Ruiz Liébana (lo que él llamaba la talla valiente), en las últimas
décadas apenas han salido diseños que no sigan la línea menuda de los pasos hispalenses de
los Hermanos Caballero, Guzmán Bejarano o Antonio Martín y, en el caso de las Vírgenes, las
líneas de Juan Casielles y su seguidor Eloy Téllez. ¿Qué problema tienen? Que repiten una y
otra vez un modelo sin apenas originalidad, en una ciudad cuya característica principal décadas
atrás fue su absoluta originalidad, y que se empeñan en hacer una decoración tan menuda y
abigarrada que la composición del conjunto se pierde. En las proporciones de un paso, esa
decoración puede tener sentido, pero en un trono de seis u ocho varales, rara vez.


Más allá del tamaño y las proporciones, ¿por qué no cambiar de lenguaje? En Málaga hemos
tenido, desde ‘la corte celestial’ de Consolación y Lágrimas, diseñada y tallada por Luis de
Vicente, hasta el trono ‘minimalista’ del Prendimiento hecho en la entonces llamada Escuela
Franco, pasando por ‘la pagoda’ orientalizante del Gran Poder, el trono-humilladero de los
Milagros, el trono-puente de la Casa Orrico para Jesús de la Puente (hoy en manos del
Medinaceli de Vélez-Málaga), el trono de Cabello Requena para el Gran Perdón caracterizado
por sus esfinges y sus arbotantes convergentes o los palios minimalistas del Rocío rematados
por palomas a modo de macollas. Ninguno de ellos existe ya, en unos casos por sustituciones y
en otros por destrucciones ajenas a las cofradías, como las quemas de 1931. Suerte que
todavía mantenemos los tronos de la Expiración, la Clemencia, el Sepulcro o el Nazareno del
Paso, por poner cuatro ejemplos únicos en su género, junto con los dos diseños de Cristóbal
Velasco que se siguen procesionando. Si nos vamos a los diseños no materializados, es
imposible sustraerse al que hizo Palma para la Soledad de Mena, inspirándose en sus raíces
antequeranas y anticipándose en varias décadas al préstamo de Jesús Castellanos para los
Dolores del Puente. ¿No podríamos inspirarnos en estos ejemplos, aunque sea estilizándolos,
para los nuevos tronos que tengan pensadas las hermandades y las prohermandades? ¿De
verdad las juntas directivas o los artistas piensan que va a haber tanta oposición a todo lo que no sea neobarroco hispalense? ¿Qué opinarían, entonces, del trono de la Esperanza de Osuna,
llamado ‘de los perritos’, por sus esfinges; del trono del Nazareno de Carmona, consistente en
una abstacción minimalista del bombo barroco, o del palio neobizantino, en orfebrería, de la
Virgen de la Concepción de Sevilla?



Otra tendencia a seguir podría ser inspirarse en la propia cultura material que nos han legado
los monumentos malagueños, igual que hicieron en Granada con el Patio de los Leones en el
paso de Santa María de la Alhambra. En el caso de Málaga, quien ha marcado recientemente el
camino es la Hermandad de Humildad y Paciencia con el trono que pretenden regalarle a la
Virgen de Dolores y Esperanza, inspirado en los órganos de la Catedral, más allá de algunos
detalles aislados de Casielles (los leones de la Catedral en las macollas de los Dolores de San
Juan, el retablo del Sagrario en la Sagrada Mortaja...) o de Castellanos (la sillería de la Catedral
en el Cristo del Perdón, la portada del Palacio del Obispo en el Nazareno de los Pasos...).


En ese sentido, ¿por qué no un palio bordado en sedas para el Patrocinio, inspirado en las
pinturas murales geométricas, de tradición mudéjar, de su Parroquia de San Felipe Neri? ¿Por
qué no un cajillo o un palio inspirados en los arcos de la Alcazaba o de Atarazanas para la
Merced o las Angustias? ¿Por qué no unas barras de palio o unos faroles inspirados en las
antiguas farolas del Parque, la Alameda o el Sonajero (hoy en el 4 de Diciembre)? ¿Por qué no
un trono inspirado de alguna manera en la fuente de las Tres Gracias, la de Génova o la de los
Cristos? ¿O en el neogótico de las iglesias del Sagrado Corazón o de San Pablo? ¿O en el
modernismo de Félix Sáenz? ¿O en las pinturas murales de San Juan? ¿Por qué no investigar
con nuevos materiales y acabados como cajillos jaspeados o nacarados, o palios de orfebrería,
como de alguna forma han iniciado la ya nombrada Humildad y Paciencia o Crucifixión, con el
diseño para el trono de su Cristo y la bicromía del palio de su Virgen?


Escrito por Naser Rodríguez García - La Cabeza del Bautista


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