La cabeza del Bautista - El ataque de los clones
EL ATAQUE DE LOS
CLONES
En la globalización poscolonial
los productos de las multinacionales están en prácticamente cualquier rincón
del mundo, incluso en las zonas más deshabitadas (ahí tenemos las islas
flotantes de plástico poco menos que en el Punto Nemo). Ya en el siglo XIX, los
románticos se dieron cuenta de que la industrialización igualaba culturalmente
a todos los pueblos y se perdía la personalidad de cada comunidad, y así surgió
el nacionalismo, la conceptualización del folclore, acuciada por las invasiones
de Napoleón, que pretendía expandir la democracia y las libertades a golpe de
guerra y violencia (¿les suena?).
En Andalucía tenemos nuestra
propia globalización, que culturalmente ha venido de la mano de Sevilla, tierra
rica en historia y en cultura (y en dinero, que algo quedó), privilegiada
durante siglos por el monopolio colonial, generando, como resultado, la
población más cosmopolita y pintoresca de Europa, que le valió convertirse en
la ciudad más famosa y una de las más pobladas del continente. A ver si
adivinan cuál es la ciudad que inspiró más óperas y más novelas de picaresca.
Efectivamente, no es Málaga.
Los románticos, de nuevo, para
enfrentarse al rodillo de la homogeneización industrial, se fijaron en la
historia de Sevilla y desarrollaron el canto de cisne del regionalismo:
mezclaron en una coctelera todos los restos del pasado hispalense,
especialmente sus momentos almohade y renacentista, y ofrecieron al mundo un
arma (‘su arma’) con la que mantener y difundir su personalidad. Y vaya si les
cundió: obraron el milagro de llenar de color y personalidad, a un bajo precio,
cada esquina de las nuevas construcciones (y de las antiguas) que, llegado el
siglo XX, albergaban el aumento de la población. Todavía está por recibir su
justo homenaje: hoy tiramos esas creaciones a las cubetas de escombros.
¿Qué ha recibido el regionalismo a
cambio? La clonación más ramplona. Dentro de ese movimiento triunfa el
diseñador Juan Manuel Rodríguez Ojeda y su obra cumbre: convertir a la Macarena
en el símbolo universal que hoy es. ¿Qué ha pasado con el símbolo? Que Roma ya
no es tan Roma. Roma, la ciudad eterna, aquella que la propia Sevilla quería
imitar (a falta de siete colinas, porque el resto lo tiene), fue tan imitada
que, cuando los becados llegaban a finales del siglo XIX a Roma, la capital
artística por méritos históricos, más de uno llegó a decir “Roma ya no es tan
Roma”. La habían aborrecido de tanto repetirla. Las copias habían hecho perder
valor al original.
Exactamente lo mismo ocurre
cuando, después de ver 800 Vírgenes imitando los andares, el palio, la
expresión, la música y la vestimenta de la Macarena o la Esperanza de Triana u
800 Cristos haciendo la misma ‘revirá’ con la misma coreografía y la misma
marcha de metales que sus modelos sevillanos, llegas a la ciudad del
Guadalquivir y piensas “¿otra vez lo mismo?”
¿Quién tiene la culpa? Obviamente,
quienes lo han copiado. Sevilla se ha sabido vender. Históricamente, ha sido
ecléctica, ha tomado algunas referencias y las ha integrado en su modelo
cofrade, ya de por sí un poco monótono (con perdón) si atendemos a sus 71
hermandades de penitencia, pero es el que ella ha formado a lo largo de los
siglos, a través de gremios, milagros, barrios, etc. ¿Alguien ha puesto una
pistola en la cabeza de los demás cofrades para copiar todo lo que se hacía en
Sevilla? No. ¿Podían esos otros cofrades echar una mirada a sus tradiciones,
como hizo Sevilla en el regionalismo, y ofrecer una respuesta propia frente a
la estandarización? Sí. ¿Ha salido ganando Sevilla? Sí y no. Los talleres
sevillanos han echado humo atendiendo encargos de toda España. Todo el mundo
conoce a los iconos cofrades por excelencia, y los más aventajados se conocen
hasta las vísperas. Pero, al igual que Málaga, la Semana Santa de Sevilla está
muriendo de éxito. Los primeros que se quejan son los sevillanos, que ya no
pueden disfrutar de su Semana Santa, ante la afluencia de público.
Ha sido lugar común que mientras
unos admiraban Sevilla, otros (o esos mismos) le han afeado que se creyese el
ombligo del mundo y no le importase nada fuera de su Semana Santa. Nada más
lejos: hay auténtica admiración por modelos únicos como el de Antequera. Lo que
ocurre es que, pongámonos en su lugar: salimos de Málaga y nos encontramos un
Cautivo, una Virgen del Rocío, una Zamarrilla, un Cristo de Mena y un Chiquito
en cada pueblo. Sería lógico que se repitiesen las iconografías, ¿pero también
advocaciones, diseños, marchas, indicaciones para levantás, piropos/letanías, etc. hasta hacer una copia casi exacta?
¿No preferiríamos quedarnos en casa, si el overbooking
nos lo permite? Lo entendemos ya, ¿no?
Antiguamente tenía un sentido
repetir o recrear modelos, en épocas en que las comunicaciones eran difíciles.
Hay centenares de Medinacelis, de Vírgenes del Carmen... incluso advocaciones
tan malagueñas como Jesús de los Pasos en el Monte Calvario o Jesús de la
Puente del Cedrón provienen de Portugal y de Italia, respectivamente. Eran
otros tiempos y, aparte de reproducir las imágenes con mayor fama de
milagrosas, cada comunidad de migrantes rendía culto a una advocación de su
tierra, que con el tiempo forjaba una personalidad propia: Montserrat,
Guadalupe, Loreto, Villaviciosa, Cristo de Burgos... Hoy, cuando internet o las
autovías nos permiten comprobar cómo en cada pueblo y ciudad hay una copia de
la Macarena, del Gran Poder, de la Sentencia, de las Tres Caídas, de la
Exaltación, del Soberano Poder, de misterios varios con olivo y penachos de
plumas y hasta de Santa Marta y vísperas varias, con los mismos nombres, lo que
genera es hastío. ¿Quién sale perdiendo? El ‘original’ y las ‘copias’. Vamos a
una magna, a una ciudad vecina o incluso a las vísperas de nuestra misma ciudad
(por no decir algunas de los días ‘santos’), y si cerráramos los ojos no
seríamos capaces de distinguir entre dos Vírgenes, o de quedarnos con algo que
nos haya llamado la atención y sea realmente personal dentro de la grandísima
mayoría de diseños. Esto no quita que sea un objeto devocional de primera, y
que la fe ‘del carbonero’, la fe sencilla, sea auténtica, y que todas las
imágenes representan a la misma persona, pero quien ha encargado las imágenes y
los diseños poco menos que pidiendo una foto de la Macarena, ¿es honesto
consigo mismo y con los demás cuando le dice ‘como tú ninguna’, cuando hay
8.000 Macarenas conscientemente iguales? A día de hoy, podemos ser valientes y
generar nuevas advocaciones, nuevas iconografías, nuevos diseños. En eso nos
daban siete mil vueltas nuestros antepasados de la posguerra, con apenas dinero,
pero una imaginación desbordante. No hay un modelo único, hay contextos
variados. Sólo hay que ser valientes.
Naser Rodríguez García - La Cabeza del Bautista
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