"La Cabeza del Bautista" - La primera en el peligro de...

LA PRIMERA EN EL PELIGRO DE...

Pocas ciudades pueden competir con Málaga en cuanto a cantidad y belleza de títulos. Como
nos gusta tanto estar a la última, a qué estamos esperando para actualizarlos y añadir un título
digno del siglo XXI. ‘La primera en el peligro de... ¿la desmemoria, la moda, la indolencia?’ Se
aceptan propuestas.

La Semana Santa con la que yo crecí eran procesiones bajando la Victoria, pisando una calzada
de adoquines, flanqueadas por fachadas de color vainilla con persianas verdes y balcones
donde se asomaban las mismas vecinas que cuidaban día a día sus macetas y las imágenes
ante las que se persignaban sin llamar la atención, mientras sonaban las marchas serenas, que
no fúnebres, de Artola, que parecían concentrar en sí toda la esencia de la primavera del
Mediterráneo. Mi Semana Santa eran imágenes recibiendo la luz de la tarde tamizada por los
gigantescos ficus de la Alameda, que lucía unas farolas únicas y personales, unos tronos que
iban al paso, sin hacer demostración de nada, sin aspavientos, sin histrionismos (salvo cuando
llegaba un “cruce” entre ellos) y unas procesiones que volvían sin prisas, sin importar la hora,
disfrutando el momento y sin juzgar si un nazareno se salía del cortejo o no, si dibujaba con la
cera en el suelo, si le daba cera a un niño o si se sentaba en un adoquín. Era “su día” y era la
Semana Santa de su pueblo.

Aquella ciudad viva, rica en cultura popular aunque no fuese boyante en sus beneficios
económicos, ahora se ha convertido en un negocio gigantesco donde pasan a toda prisa
procesiones que deben cumplir unos horarios antes de que sus hermanos salgan corriendo a
los municipios de la periferia, ante las pantallas de un público numeroso que cree estar viendo
el KKK o una escena de Misión Imposible mientras busca seguidores en las redes sociales
durante las próximas 24h hasta que su ‘reel’ o su ‘short’ deje de ser novedad y se borre entre
la maraña de bits.

Nadie dice que mi Semana Santa fuera mejor que la de ahora, ni que fuera mejor que las de
generaciones anteriores. Para mucha gente más joven que yo, la Semana Santa serán
coreografías grabadas en su móvil o el himno de Antonio Banderas minutos antes de salir
Lágrimas y Favores, y para la gente mayor que yo, la Semana Santa serán procesiones con una
banda de cornetas en cabeza, tronos a tambor y cajillos de flores que, con suerte, acababan su
recorrido si los portadores asalariados no los dejaban abandonados. Todo debe cambiar para
permanecer igual. Lo que no podemos negarnos es el deber de analizar las cosas: ¿estamos
muriendo de éxito?, ¿estamos perdiendo el espíritu o la autenticidad?, ¿puede tener
continuidad una Semana Santa en una ciudad vacía?

A este último asunto no se le presta o no se le quiere prestar atención: en una ciudad donde tu
única vinculación es bajar una vez al año para salir en procesión y el resto del año huir de esa
ciudad, o al menos del espacio donde están las imágenes y se lleva a cabo la vida de la cofradía
porque es inhabitable... ¿qué continuidad puede tener la Semana Santa? Las primeras señales

las estamos viendo ya. Sí, la Semana Santa es más multitudinaria que nunca: en horario infantil
seguramente nunca haya estado más llena, seguramente nunca haya habido más guiris
contemplando el sacro simulacro y sin lugar a dudas nunca ha habido más participantes en los
cortejos. Pero pasan las 10 de la noche y la ciudad se demuestra como lo que realmente es: un
negocio que ha echado el cierre por unas horas, un escenario vacío por el que pasan, como por
los palcos de un teatro, turistas ávidos de alcohol u otros entretenimientos nocturnos. En
definitiva, una ciudad sin vida, donde las procesiones, en un territorio hostil, procuran
encerrarse pronto. Su travesía del desierto, nunca mejor dicho. Una ciudad que no cuida a sus
habitantes está condenada a desaparecer: hoy es el precio de la vivienda, el tráfico, el ruido de
las fiestas. Mañana serán la falta de agua potable, las altas temperaturas o la falta de alimento.
Y en vez de evitarlo, nos plantan más rascacielos, más cemento, más bombillas y más
espectáculos para distraernos del saqueo, pero a tenor de los resultados mandato tras
mandato, nos gusta.


Naser Rodríguez García - La Cabeza del Bautista

Comentarios

Entradas populares